Era de noche; él dormía junto a mí.
Podía escuchar su respiración,
pero horas antes escuchaba sus suspiros,
esos suspiros que odiaba tanto.
Sabía que estaba cansado de mí.
Lo notaba en su mirada,
en su falta de interés,
en esas quejas escondidas en un suspiro.
—¿Por qué me eligió a mí?
Podía irse con cualquiera.
Si ya no quería estar conmigo,
¿por qué seguía junto a mí?
Miré la habitación que compartíamos:
cuántos años, cuántos momentos.
Y ahora solo quiero tomar una maleta,
empacar e irme.
Pero eso no es posible,
no para mí.
¿A dónde iría?
Dejé mi hogar, mi familia, mi país;
mi vida está hecha aquí.
Sí… una mujer independiente puede irse cuando quiere.
¿Es que no soy independiente?
O tal vez simplemente no estoy segura de querer irme.
Luché tanto por estar aquí,
luché tanto por su amor
y ahora… todo se ha desvanecido.
Él va a dormir toda la noche;
el insomnio es mi compañero hoy.
Me levanté, me vestí.
Salí a la calle; necesito más amigos hoy.
Las estrellas me guiarán y quién sabe,
tal vez una de ellas decida mi destino.
Sentada, contemplando la nada,
el tiempo se agota.
El sol amenaza con su luz:
es tiempo de volver.
Mi cuerpo se vuelve pesado,
mis pies no me obedecen.
—¡Cuerpo, escúchame!
Es tiempo de volver,
él pronto despertará.
Mi cuerpo está congelado,
mis lágrimas caen.
—No quiero volver.
Por primera vez,
esas palabras salen de mi boca.
Mi cuerpo se rompe,
y solo logro gritar lo que siempre supe:
—No quiero estar allí.
—Él ya no me ama.
—Él me esconde cosas.
—Yo ya no soy feliz.
«Cuerpo, sé que solo quieres guiarme,
así que hazlo.»
Camina y llévame
donde mi alma grita.